martes, 27 de mayo de 2014

Esas manos (reflexión)

Todavía recuerdo el calor eterno de sus fuertes manos, acariciando placidamente en el momento justo, en el momento y lugar preciso donde calmar ansias, enojos o algún malestar propio de la complicada edad infantil.

Fuertes y suaves a la vez. Con olor a hogar, a vida, a amor. Surcadas por miles de vivencias, miles de experiencias amargas, y de cientos de miles de buenas razones para seguir adelante, para impulsar o frenar agarrotados sentimientos. 

Ásperas para el duro trabajo de sacar adelante una familia, pero también de sedoso magnetismo impregnando con ellas un rostro, un hombro, otra mano. Con voluntad propia y armonía, dibujando con sus dedos notas musicales de colores que alegran tu día, tu vida.

Dolientemente ignoradas, sufridas, de cruenta dobles por sus muchos años de severo esfuerzo. Escondidas y mostradas con rigor, con el carácter humilde del bagaje y la sabiduría asumida. Marchitas al ojo ajeno, pero relucientes y arrebatadoras como una bella pintura al ojo sabio de la amistad y al acunado linaje de la familia.

Panteón silencioso, envoltorio de descansos. Trémulas al sentimiento y firmes al desafío. Atentas con la dulzura y defensoras ante los miedos. Trayendo rumor de mar y llevando briznas de mundos. Amantes educadoras y gráciles aprendices, entre polvorientas harinas y suaves lanas. 

Seductoras, formando ideas y tejiendo rumbos. Amigable fuente de sarcasmos y lágrimas. Llenas de lágrimas y risas. Tierno y placido cauce de esperanzas arrastradas. Mortero donde tañer virtudes y alejados senderos. Refugio del proscrito ladrón de dulces, atajadora de riñas y, como no, ejecutora de castigos.

Esas son las manos que hecho tanto de menos, esos libros abiertos donde aprender, cobijar o impulsarte para echar a volar. Esas que saludaron vidas y cerraron ojos, que sangraban siempre por razones ungidas por las apariencias. 

Esas manos que llevaron siempre la voz cantante, la luz y la compañía a tu corazón. Desnudas siempre al rigor del tiempo y del quehacer. Oponiéndose a la calma de los años. Peleando por un día más de poder servir, ayudar, o cumplir.

Ausentes de orgullo y frivolidad. De agua y jabón para volver a la tierra, al trabajo tan eternamente buscado. Inquietas dentro de los bolsillos, ansiosas del tacto amable y del apacible adiós a los que se han ido

Todas esas cosas eran para mí las manos de mi madre. Con ellas me enseñó a vivir y me mostró el mundo.

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