miércoles, 28 de mayo de 2014

Recuerdos que enseñan (relato corto)

Como explicarle a alguien que no ha vivido en un barrio, qué se siente, cómo se vive su indomable espíritu, cuales son sus virtudes o sus preciosas y simples historias. Siento que explicarlo nunca será tan intenso como vivir su convulsiva y ritual armonía. Veinte años dedicados a pulular por sus comunitarios inmuebles, sus espacios olvidados donde se refugia el antaño bosque, las zonas donde se esparcen las extensas charlas, ermitaña crítica, de sus moradores, han dado sentido a mi forma de ver la vida fuera de sus fronteras.

Todavía, en el confort de mi dormitorio tipo suite y domotizado, busco las historias que atravesaban las delgadas paredes de mi insignificante cuarto, en el inquietante contexto de aquel bloque de ladrillo purpúreo. Con mis brazos extendidos intento palpar aquella mesita de noche, cámara acorazada de mis valiosas posesiones. O sentir el olor de las esquinas humeantes donde escurridizas aves nocturnas intentaban aplacar los inviernos. El rumor insaciable de riñas familiares,  las amargas serenatas buscando el perdón de amores perdidos.

Y sus límites: como explicar la desapacible sensación de atravesar una ficticia línea que te dejaba expuesto a expensas de la idiosincrasia del barrio vecino. Como eludir ese etéreo campo de fuerza que notabas en las entrañas.

Sus intensos e interminables días, las insomnitas noches evaluando lo vivido y lo que restaba por vivir, como una descomunal hambruna insaciable. Creador de leyendas vivas, como Robines o Barbas negras atormentando o anhelando sus mismos criterios. Sus paseos de llantos por prematuras muertes o sus languidecidas despedidas a sus decanos más sabios.

El calor de los veranos prometiendo días felices y eternos a los ojos de precoces adolescentes hostigados por la fuerza de su guía, su impertérrito rumbo.

Nada tuve jamás tan claro como el sentido fugaz de los olores que emanaban de los quehaceres de sus habitantes, entremezclándose aromas de caldos, barbacoas y bares un sábado cualquiera. Uno de aquellos sábados en los que estábamos exentos de pelear por una educación, una formación que nos permitiera mejorar fuera del barrio, aun echándolo tanto de menos como ahora.

En definitiva, un barrio es tan grande o tan pequeño como la edad en que nos sorprenda, los amigos que te esquiven o las adversidades que te persigan.



Por eso, en la majestad de esta aula de esta magna universidad, en la sobriedad de esta grada llena de jóvenes talentos, les propongo: que cuando empuñen un lápiz, una pluma, un pincel, dejen bajar todos esos sentimientos vividos, por sus brazos, hasta la mano y los dedos. Y que en cada proyecto que emprendan no desoigan recuerdos tan sinceros como los que me produjeron vivir en un barrio.



Hasta la próxima clase. 
Buenos días.

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