jueves, 5 de junio de 2014

Aquel Cedro (relato poético)


Aquel cedro junto al río siempre fue motivo de disputa. Entre unos y otros quisieron mandar en su sombra, y los extensos campos albergaron motivos, para que fuera lecho, hogar y cuna. Aquel árbol longevo de olor rezumado, de ahuyentador taño e ímpetu armado. Moción de enojos enfrentados, acaecidos por su estratégica morada, junto al agua, bien alto, cara al viento y taimado.

Entre dos pueblos bien distintos, de montaña y de llano, aire fresco y calorcito, mirándose sin agrado. Valedor de riñas, de extenso camino, de distintas posturas y pecados reconocidos; nunca exento, ni girado, siempre digno y enfrentado. De ineludible paso a las aguas y al descanso sincero, incitador de sueños, bajo su escudo guerrero.

Aquel que propició docenas de plenos y cientos de fiestas, aquel que se uso siempre como argumento en cuestiones molestas. De mandatarios huraños, crecidos de astucias y de cientos de escritos por valor de los años. Placebo de amantes incrustados en su piel, de tantas mordidas evidenciando vejez.

Ese árbol gritando una ayuda, encontró en una niña de infante ternura, un aliado, un compañero, un abrigo, una mano, que pusiera en su ceno un sentido aclarado. Preguntando a unos, cuestionando a otros, si sus nombres estaban grabados en su tronco perfecto, de recio bagaje, desde tiempos remotos. Cual era el sentido, si habían sentimientos, cuales los motivos o eran promesas al viento.

Malencarado el ridículo quehacer de los pueblos por la impronta de la jovenzuela, los rubores calmaron de pronto, junto a antaños enojos y las arraigadas secuelas. Postulando un acuerdo entre ambas partes, reclamando al corazón de los pueblos sus artes, para complacer por fin el destino de un Rey, un convenio, una alianza, que dejara a la naturaleza regir por su Ley.


Aquel cedro junto al río, aquel monolito de simple belleza, aquel que albergó las esperanzas de tantos, aquel que reinó, tranquilo, nuestra nobleza.

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