lunes, 21 de julio de 2014

Desahuciado

Sentado, bien entrada la noche, en un húmedo banco de la plaza de su pueblo, rodeado de todas sus pertenencias, frente al hogar donde había nacido y vivido desde hacía ocho años, Carlitos rebuscó nervioso en su maleta, entre sus libros del cole, intentando encontrar el viejo diccionario que su padre le había conseguido,  intercambiándolo por una reparación en el coche a un antiguo vecino. Las manoseadas páginas volaban entre sus pequeños dedos, hasta que halló el significado de aquella extraña palabra.

DESAHUCIADO: Quitar a uno toda esperanza de conseguir lo que desea.

Y tras leer esa indiscutible definición, volvió a mirar los ojos llorosos de su padre quien, con la cabeza hundida en su pecho, acababa de ser forzado a la más triste de las condenas.



Al Sr. Presidente le gustaba desayunar en una pequeña mesa camilla que escondía en un cuarto anexo a su enorme despacho. Allí, degustaba cada mañana su bollo de anís recién horneado y su café con canela, mientras repasaba los titulares de los periódicos y la correspondencia diaria.

Tras dejar pasar los diez minutos de rigor, la sombra del asistente hizo su aparición portando en sus manos enguantadas las carpetas con los informes para el Debate de la Nación del día siguiente. Y una vez más volvió a pensar en lo ridículo que era desayunar en aquella mesa tan breve al intentar dejar los gruesos Dossier, que los distintos Ministerios enviaban puntualmente antes de dichas importantes sesiones.

Dejándolos como pudo en el filo de la mesita, a punto de caerse, se retiró como era costumbre unos metros para pasar allí los cuarenta y cinco próximos minutos de pie y sin decir nada.

La mañana hubiera sido totalmente anodina, como tantas otras, si no hubiese destacado aquel sobre de color azul, encima del montón de correspondencia. Aquella variante de color que mantenía los ojos del ordenanza tan pendientes y por la que el aburrimiento matinal habitual, hoy, no provocaba tantos bostezos.

Transcurridos veinte minutos, leyendo los monótonos informes económicos, el atrevido color comenzó a hacer mella en su concentración, siendo consciente de la enorme importancia de memorizar las cientos de estadísticas que evidenciaban una diminuta luz en el túnel de la recuperación.

Harto de obligarse a mantener la mirada en los informes y no aguantando más la distraída presión ejercida por aquella carta, la tomó en su mano, obligando al sirviente a recolocar su corbata y a carraspear en exceso.

Sin matasellos ordinario, sin dirección de remitente y sin el color apropiado, rompió un lateral para dejar caer una simple hoja de papel de cuadernillo escrita a mano. El asistente también la pudo ver con claridad desde donde estaba, inerte pero atento, obligando a sus ojos mantener un arriesgado ángulo de visión.

La escritura era temblona. Se podría decir incluso, sin leerla, que la mano que empuñó aquel lápiz emitiera un sufrido sentimiento de apatía o desfallecimiento.

El Sr. Presidente tuvo que acercarse hacia la enorme puerta del despacho oficial para aprovechar la potente luz que emitía la lámpara central, en forma de araña invertida y leer con atención:

Estimado Presi: soy Carlitos, tengo ocho años y vivo en la calle desde hace tres semanas. Antes de que a mis padres les quitaran la casa donde siempre hemos vivido, fui ganador de un premio especial en el Colegio donde acabo de terminar, con buenísimas notas, el sexto curso de Primaria. El argumento de la redacción que me hizo ganar este premio era: “cómo ves tu país”. El contenido del texto que me ha hecho ganador de una visita al Parlamento uno de los días más importantes de la democracia, inspiró hasta la seño de Lengua, ya que su cara, casi siempre enfadada, se iluminó como nunca antes yo la había visto. La quiero mucho, y me ha enseñado cosas muy valiosas para mi futuro.

En él le imitaba, cuando decía en la tele que en el país ya se van notando los nuevos brotes verdes, trozo que hacía mucha gracias a mis compañeros.

Ahora ya nada es gracioso, ya que vivimos en la calle. He buscado la palabra desahuciado en el diccionario y, aunque he entendido su definición, no me ha quedado muy claro como asumir eso mientras usted dice que todo va bien.

Por ello, quiero pedirle que me reciba unos minutos mañana, día 28 de junio de 2011, para que me pueda explicar, usted que sabe tanto y por eso es nuestro Presi, ¿por qué dice el diccionario que ya mi familia no tiene esperanzas en conseguir lo que desea, y nos llaman esa palabra tan fea?

Nada más, Sr. Presi. Nos vemos mañana.

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