lunes, 3 de noviembre de 2014

Que sople viento (relato corto)





Hoy la he seguido. Caminé tras ella a cierta distancia mientras se dirigía calle abajo por la avenida principal hacia el muelle. Creí que se encaminaría, como es su costumbre, hasta el final del espigón sin hacer parada alguna. Firme y decidida como parece demostrar en todos sus actos, pero no ha sido así.

Al llegar a la altura del Hidd Park, se detuvo durante unos cinco minutos en la esquina que sirve de parapeto ante los fuertes vientos que llegan desde la costa. Cinco minutos, que me parecieron malgastados voluntariamente mirando la montaña de hojas secas que acumula la briza marina cada tarde.

Absorta ante el cúmulo de hojarasca, parecía entristecida. Cabizbaja e inerte, entendí que estaba sumida en unos apenados pensamientos que, tras un tiempo excesivo para permanecer a solas en aquel lugar tan apartado, sosegó persignándose antes de retomar su camino de nuevo. Incluso levantó descuidadamente, más de lo prudente, el faldón de su vestido para evitar rozar aquella amarillenta y reseca maleza.

“Mientras retomábamos el camino habitual, recordé la hurtada conversación de la que fui testigo en la coqueta floristería que engalana vistosamente la estéril callejuela que lleva hasta la capilla de Saint George, en la que su dueña intentaba confiar en secreto su extrañeza por la desaparición de Lord Middelton, hace apenas unos días, a una afectadísima señora que parecía estar de acuerdo con dicha apreciación. No recuerdo ahora sus palabras exactas, pero insistía en el hecho de tener claro haber visto al citado Lord Middelton en compañía de una jovencita, tiempo atrás, de la que incluso se atrevió a dar un nombre que creyó escuchar al despedirse delante de su establecimiento bien entrada la noche: Valeria. Sí Valeria, como su hija”

Tras su inusual parada, llegamos hasta el muelle. Aún voceaban los pescadores su mercancía, no vendida, a pesar de que ya la afluencia de clientes era inexistente, cuestión que no distrajo, en absoluto, su paso firme habitual hasta el final de la escollera. Allí, realizó sus frecuentes ejercicios físicos en el tiempo estimado y ritual.

Al regresar hasta su casa nuevamente, la única apreciación a destacar ha sido la evitación nerviosa, mirando de reojo hacia aquella zona, de pasar por la esquina en la que estuvo detenida, cruzando a la acera contraria varios metros antes. Al llegar a ella, le esperaban la señora Brissth y la hermana del señorito Middelton. Minutos más tarde, al mirar tras la ventana que da a su sala de estar, pude comprobar que ambas venían como clientas, ya que la tenue luz ambiental, he comprobado, es precedente inequívoco del comienzo de otra nueva sesión.

Sé que me ha ordenado no perderla de vista en ningún momento, pero, sabiendo que la sesión dura al menos tres cuartos de hora, me he tomado la libertad de regresar hasta el montículo de hojas. Al limpiarlo a conciencia,  y tras llevarme un monumental susto,  he descubierto una cantidad excesiva de sangre bajo ellas. Como si allí hubieran degollado a uno de esos cerdos, que sacrifica usted mismo en su granja de Penintong Mills.

Tras la reunión de las tres damas, las visitadoras se han dirigido hasta la vieja comisaría de la isla. Allí no he podido descubrir los pormenores de la visita por la férrea vigilancia de un agente en la puerta de entrada. Al finalizar, la señorita Middelton ha salido llorando lánguidamente abrigada por el brazo protector del comisario. La ha despedido con la promesa de encontrar a su hermano con prontitud, ordenando a otro agente acompañarla hasta el barco que la devolverá hasta tierra firme.

Le alegrará saber que la vidente ha aceptado el dinero que me dio para ella, y que no recibirá más a la señorita Middelton. Le agradece haber atendido su llamada, en la que le explicaba su enigmático sueño de la noche del martes.

Creo haber cumplido mi trabajo con eficacia. Estoy regresando a casa mientras observo el apesadumbrado rostro de la señorita Middelton, a varios metros de mí, mientras suena la sirena de desamarre.

El lunes estaré en su despacho para el cobro de lo prometido, más un plus del que creo ser merecedor.

Si me permite decirle una cosa: no creo que nadie en esta isla, haya visto esa esquina del parque tan limpia como se la encontrarán mañana a primera hora, aunque por nuestro bien espero que esta noche sople viento, mucho viento.

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