miércoles, 1 de julio de 2015

Ángel - Microrrelato

Extraída de Google

Hay un amigo que me viene a ver todos los días. Yo lo llamo Ángel. Es mayor que yo, pero su mente solo asumió los nueve primeros años de su vida. Su apariencia no concuerda con su mirada: sensible e inocente. ni ésta con su voz: armada y tronante. A veces trae papeles alborotados bajo el brazo y vocifera su conversación enquistada. La gente que lo escucha volcar su perorata a viva voz, se siente intimidada por su corpachón de bandolero, pero él hace caso omiso, “bueno, ojala pudiera comprender lo que significa esa palabra y desatender los insultos que lo quieren acallar”.

Siempre tomamos café; él cortado, con leche desnatada y un porrón de azúcar: como si fuese el último que tomará en su vida. Es un sibarita que no perdona nunca la formula exacta para servir un buen cortado: un tercio de café por dos de leche. Estoico ante las disculpas del camarero hasta que está a su gusto. Yo me callo hasta el preciso segundo que lo degusta por completo, arrastrando la amalgama dulce final hacía su boca con la diminuta cucharilla. Sé que nunca lo podría tomar estando sólo. Esa liturgia, aromática y empalagosa, la disfruta como lo que es, un niño. Un ritual inaccesible que lo calma del lío arremolinado de su transmutada mente. Luego se va como la última ave migratoria, dejando un vacío difícil de explicar.

Hace un mes me enteré que padece diabetes, desde entonces hemos adquirido otro ritual, el té: verde, con maravillosas frutas del bosque. Y para él, con un porrón de sacarina.

4 comentarios:

  1. Un micro de lo cotidiano, que deja entreveer muchas cosas.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias María por comentarlo. Lo común, lo del día a día, tiene más aristas de las que percibimos a simple vista.

      Un enorme abrazo.

      Eliminar